Recuerdos del Festival de Granada | 65 aniversario | Maribel Calvín

Debo volver muy atrás en mis recuerdos para refrescar mis primeros contactos con el Festival de Granada.

Era una cría de calcetines, pese a que acababa de terminar piano superior en el Real Conservatorio de Madrid, y en esa última etapa de mis estudios había tomado amistad con unos pianistas algo mayores que yo, que ya habían triunfado en el extranjero. Tal era el caso de Esteban Sánchez Herrero, de Joaquín Achúcarro, de Antonio Baciero. Como la inmensa mayoría de los granadinos, mucho más para quien como yo quería hacer de la música su profesión artística, el Festival que se había inaugurado unos años antes era un acontecimiento único. No sé exactamente cuál fue el primer año que subí a los conciertos y al ballet, pero sí que no podré olvidar nunca aquella ocasión en que actuaron, con unos días de diferencia, mis dos amigos y compañeros, Esteban y Joaquín.

Qué puedo contar de la alegría que me produjo que mis padres, que ya conocían desde Madrid a los dos jóvenes pianistas, aceptaran que ellos me recogiesen para subir a sus respectivos recitales. A condición, claro está, de que me llevasen a casa en cuanto acabasen sus conciertos. Aquel fue un año muy especial para mí porque viví muy de cerca el ambiente del artista antes de la actuación: su nerviosismo, sus miedos controlados, los aplausos y el éxito en escenarios de tanta responsabilidad. Desde entonces soñaba cada día con que en alguna ocasión yo también pudiera actuar en el Festival de Granada.

Pasó el tiempo, no dejé de acudir como espectadora, y un día de mi santo, el 4 de julio de 1983, tuve la inmensa dicha de ver cumplida mi ilusión más hermosa: actuar en el Palacio de Carlos V como solista de la Orquesta Nacional de España, con una obra tan nuestra como la que Manuel de Falla titulara Noches en los Jardines de España. ¿Qué más puedo añadir para explicar lo que el Festival significa para mí?